Promover el odio y el miedo tiene el inconveniente añadido de que siembra el futuro. Cuando te han asustado o despreciado, van pasando los años y lo sientes siempre presente, incluso aumentado, como una herida siempre abierta a la oportunidad de venganza.
Pero la venganza ya sabemos que no es buena compañía, así que lo que queda es desmontar los miedos o los desprecios.
En el franquismo nos asustaban con el “peligro amarillo” (¡que vienen los chinos!) como una variante más de la paranoia anticomunista, y hoy sufrimos una penosa chinofobia que nos impide valorar lo mucho que vamos a ganar con la conquista que se avecina.
Cuando aquí (en Occidente) nos peleábamos por la vacas del vecino en el neolítico, los chinos ya estaban construyendo imperios. El saber del agua nos llegó pasados muchos siglos a través de los musulmanes que aprendieron de los hindúes a través de la ruta de la seda.
Bien mirado, toda la cultura conocida tiene su origen en el imperio del Sol Naciente. ¿Porqué habríamos de temerles, por si nos civilizan?