Budismo,
el imperio del mal
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Con la difusión de saberes ampliamente aceptada hoy día por la expansión de las redes, llama la atención que alguien pueda no estar informado de los principios del budismo.
Supongo que sufro un defecto de óptica al considerar esto, ya que el budismo lo llevo viviendo como “descubierto” en los años 60 cuando los estantes de las librerías empezaron a estar abarrotados de introducciones del más vario pelaje: desde credos religiosos a prácticas de ejercicios físicos y manuales de autoayuda que garantizaban la felicidad eterna con tres respiraciones.
Como veo que no es así, entiendo de cierto interés intentar hacer un resumen. Sobre todo al comprobar que en ciertas mentes corruptas sigue activo el prejuicio antibudista, igual que sigue activo el prejuicio anticomunista sembrado por McCarthy con la caza de brujas.
“Siddharta” (la biografía del Buda originario de la India que llevaría el budismo a China) es una obra de Hermann Hesse que fue ampliamente difundida por los años 60. En ella se relata cómo el príncipe Siddharta, cuando sale de su palacio a pasear por el mercado y ve la desgracia del mundo, decide dedicar su vida a entender porqué está tan mal hecho el mundo, concluyendo con los cuatro principios del budismo, las cuatro verdades: todo es malestar, la causa del malestar, la extinción del malestar, y el camino que nos permite llegar a la extinción del malestar.
La causa del malestar es que todo es sufrimiento debido al cambio. El cambio genera sufrimiento necesariamente.
A partir de ahí, en la búsqueda de porqué es así o en la búsqueda de los distintos caminos para hacerle frente, fuimos descubriendo en Occidente las mil corrientes de pensamiento que cuajaron en Oriente antes, bastante antes, del cristianismo. Por un lado el taoismo y su complementario el confucianismo (el creador de la confusión según un concursante televisivo). Por otro las escuelas bélicas de ejercicios de ataque y defensa, judo, kun-fu, tai-chi. Y por otro las corrientes yóguicas, hatha, karma, shankia.
Con el tiempo descubriríamos que todas ellas están basadas en unos principios muy elaborados acerca de la actitud conveniente con la que afrontar la vida: los deseos y sus excesos, las teorías del no-hacer como mal menor, la ascesis como base troncal…
Y a medida que avanza el siglo podemos ir constatando que todas las escuelas aportan algún aspecto de verosimilitud que viene a reafirmar algunos de los principios científicos aceptados y a refutar o matizar otros que no están tan claros.
Si algo parece claro es que la visión dinámica de la realidad que tiene el budismo, se acerca bastante más a la verdad que la visión canónica dogmática de los fundamentalismos judaicos (cristianos, mahometanos y protestantes). Aunque esta última visión, la dogmática, dé más juego jocoso en las cenas de cuñados.
La cosmovisión budista de la vida implica trabajar conceptos como el sufrimiento, el dolor, el placer, el afecto y el deseo desde una óptica bastante distinta a como los trabaja el cristianismo. ¿Más justa o cercana a la verdad? Bueno, no me atrevería yo a juzgarlo. Distinta, lo que hará que las dos visiones enriquezcan el significado de dichos conceptos, tan importantes en la vida de cualquiera.
Siempre y cuando, claro, que abordemos el asunto con apertura de mentes, que ya sabemos que las mentes (como los paracaídas) sólo funcionan abiertos. Si nos emperramos en señalar que los moros matan más que los cristianos, difícilmente vamos a ser capaces de concluir nada de provecho.