con el lenguaje, que es una herramienta estupenda que permite crear palabras para definir conceptos, se crean neologismos que, pasado un tiempo, se suman al acerbo común del diccionario o caen en el olvido. Las redes sociales han generado un tipo de psicología específica, la del “cuñao” (no confundir con “cuñado”, una palabra digna para nombrar a los cónyuges de los hermanos).
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Un cuñao es, indignamente, el holgazán que tomando chiquitos se permite opinar de lo divino y lo humano con una característica propia: todo lo que él dice va a misa por encima de cualquier otra opinión. Es deleznable, pero es así.
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Ñandú es el nombre de un ave.
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a estas alturas sobra establecer paralelismos.
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o quizá políticamente la figura de cuñao se ha materializado en 140.000 personas que están dispuestas a asaltar el Olimpo del Poder Político para seguirse financiando los chiquitos en sus chiringuitos exclusivos. Y hay cosas que no se pueden consentir. Un europarlamentario que cobra 140.000 euros de las arcas públicas, no puede dedicar su sueldo a financiarse sus chiringuitos. Si no lo echan las urnas lo tendrán que echar las administraciones.