Hay que dudar hasta de la duda. Y más desde que sabemos que el cerebro es una máquina de autoengaño. Las filosofías de la sospecha (Nietzsche, Marx, Freud) son la mejor aportación del siglo XX a la filosofía.
Me ha tocado bregar en los escenarios más variopintos, y desde la construcción, la minería o las limpiezas hasta los equipos de venta o las redacciones periodísticas hasta la política y todo tipo de oficinas, he podido constatar que sólo la honestidad es una moneda de cambio aceptable en todo lo humano.
Es difícil mantenerla, sobre todo en los tiempos convulsos en que lo señores de la guerra enseñorean el panorama y consiguen imponer su principio del caos, conscientes de que el rio revuelto es el mejor escenario para sus tropelías.
Cada cual sabrá cómo acceder a la honestidad desde su conciencia. Por eso admiro a Atahualpa Yupanqui, a Violeta Parra o a Facundo Cabral.
La enseñanza tiene dos caras: enseñar y aprender. El enseñante puede intentar enseñar (I may make you feel but I can’t make you think. Puedo hacerte sentir, pero no puedo hacerte pensar. Jethro Tull en Thick as a brick), pero sólo el enseñando (aprendiz) puede aprender, para lo que va a necesitar atención y dedicación. Y la atención hoy atraviesa una grave crisis derivada del dominio cultural de la tv.
Y como no quiero parecer el abuelo cebolleta, me callo.