¿qué dejas en prenda cuando emprendes?
Carta a los emprendedores que eran, son y serán.
¡Ay, cómo sois mis niños/as!
Os hablo desde la paz (cercana a la del cementerio) que da tener la vida hecha, disfrutar de una breve (muy breve) pensión, y estar cerca de encontrar el rincón que he querido adecuado en la red (web para los snob anglófilos).
Siento las caídas-tropiezos como si fueran las de mis hijos que nunca tuve. Me alegro igualmente por los caso de éxito que entiendo que marcan el camino a seguir. Y quiero aportar mi grano de arena para servir de consuelo a quien lo necesite y de acicate a quien se mantiene (dice) a trancas y barrancas.
Pero es que, sin salirnos de lo que vosotros mismos venís pregonando hace tiempo, creo que hay herramientas y elementos suficientes para ser optimistas y empezar a darle estructura. Principalmente el convencimiento al que veo que todos/as llegáis de que un proyecto de negocio termina siendo un proyecto de vida que pide sobre todo perseverancia.
Por partes. Mis fuentes para opinar sobre este asunto: Edu Rubianes, Omar de la Fuente, Maïder Tomasena, Susana Luque e Inés Las copy, Laura Ruiz, Ignacio y Osman cerebrines, Charly Parango, Pablo psicopy, Sergio San Juan, Fernando moldeando, Arturo García, Álvaro Sánchez y los sabandijos, Luis Monge, Isra Bravo.
Mi sospecha para creer que tenéis algo en común: rondáis los 40, es decir, nacidos en 1980 con los PC compatibles, cinco años antes de la irrupción de la GUI. Es decir, bombardeados desde crios/as con matamarcianos y el deslumbramiento de la tv interactiva.
Elementos comunes de vuestras vidas: la mala educación (de aquella los baby boom descubríamos que la enseñanza era un gran campo de desarrollo y nos lanzamos a estudiar magisterio en masa deslumbrados por el “chollo” de tener tres meses de vacaciones; ¡ilusos!), la mala (por poca) convivencia familiar. Los padres, ocupados en pluriemplearse para ofreceros un futuro de lujo, os aparcaban en las guarderías y cuando llegaban a casa os plantaban delante del tv para que no molestáseis.
Consecuencias: ensoñásteis que, con Mazinger Z, podríais sacar puños fuera y llegar al infinito y más allá. Sin daros cuenta de que estábais siendo sodomizados por el espíritu neoliberal americano que había decidido explotar a la infancia como fuente de recursos. Me da igual Mazinger Z o toda la factoría Marvel, arma de invasión masiva de la industria hollywoodiense.
Más consecuencias: fracaso escolar, endiosamiento del “yo lo sabré hacer mejor”, y olvido de todos los compromisos adquiridos por vuestros mayores tras la II Guerra Mundial.
Descubrísteis Internet, gran fábrica de sueños. Con los chat creísteis que podíais decir lo que os diera la gana en cualquier foro. Con las páginas web creímos (aquí me incluyo) que, teniendo una página web, teníamos el futuro asegurado. La ley de Moore se encargó de ir allanando todos los recursos democráticamente. En los primeros tiempos de Internet la web de Coca Cola era un lujo gráfico que todos querríamos para nosotros. Hoy disponemos de más capacidad gráfica que diez veces la web de Coca Cola en cada teléfono móvil.
Llegaron los iPhone y todo revolvieron. A la facilidad de buenas páginas web con WordPress le siguió la necesidad de monetizar para empezar a compensar tanto esfuerzo. Google se sacó el SEO de la manga y arrasó convenciéndonos (en España gracias a Romuald Fons al demostrar que con un nicho inventado de “calaveras” se podía hacer millonario) de que para vender hacía falta audiencia y ser el primero en aparecer en las búsquedas. Falacia elitista.
Youtube (y las redes como daño colateral) arrasó con la gratuidad y llenó el paisaje de youtubers monetizados con publicidad dependiente de la audiencia. Los más jóvenes descubrieron que la polarización y el escándalo son potentes imanes de audiencia y no se cortaron un pelo. Ahora tenemos el panorama plagado de freakies buscando desesperadamente encontrar focos de atención que le permitan seguir prescindiendo de la enseñanza reglada que le dicen los mayores (¡qué sabrán ellos, los gordos!) que es más conveniente porque les proveerá de buenas bases teóricas para desarrollar después lo que les dé la gana. Cuestión de propedéutica.
Monetizar una web resultó un proceso algo más complejo de lo previsto. Había que atraer audiencia (vale el SEO ayuda), pero es que después hay que segmentar la audiencia, atender a cada segmento adecuadamente y empezar a pensar en las necesidades de cada cliente, montar pasarelas de pago, adecuarse a la lgpd, prever operaciones fallidas… es decir, montar un tinglado empresarial para poder vender un libro de 20 euros.
Pero llegó Isra y desveló el misterio: tócate los cataplines, ahora resulta que para poder vender tengo que aprender a escribir. No, si ya decía yo que aquí tenía que haber trampa.
Claro que siempre nos quedará Amazon… si no nos importa vender nuestra alma al diablo.
Tras este largo proceso, los que habéis conquistado el cielo os volcáis a lo único que se puede hacer con el dinero cuando sobra: invertirlo.
Y ahí empieza otra aventura en la que ni puedo entrar ni me interesa.
Y llegó la pandemia. Y descubrimos que la herramienta ya está dispuesta para el teletrabajo. Y llega la hora de pensar en cómo aplicarla sin morir en el empeño. Porque sí, podemos teletrabajar, pero no es sano trabajar tanto. Hay que pensar más en el tiempo libre que nos deja el teletrabajo y ocuparnos de la salud, física y mental.
¿Tiempo libre? ¡pero si no doy con notificaciones, reclamos, podcast, newsletter, mail, masterclass! Pues sí, sospecho que es el primer imponderable a resolver: atender a en qué empleamos el tiempo, que no es infinito para nosotros aunque sea infinito en sí.
Y no es fácil atendernos una vez que reservamos el tiempo necesario para ello, porque detectamos que arrastramos más traumas de los que creíamos. Y cada trauma pide su tratamiento individualizado. No valen recetas genéricas. Sobre todo no vale la receta más generalizada: a la noche en el pub relajo mi estrés con amigotes y amiguitas entre cubata y cubata.
Cada cerebro es un mundo, dentro de un funcionamiento global que vamos descubriendo lo mucho que desconocemos, cada uno arrastramos síndromes particulares que sólo individualmente vamos a poder desentrañar.
Por dos razones: sólo nosotros tenemos las pautas para abordar la tarea, y sobre todo, a nadie le importan nuestras cuitas. Es una enseñanza básica de los primeros cursos de periodismo: a nadie le importa lo que te pase, la audiencia lo que quiere es oír la noticia.
La tarea no es sencilla. Pero puede ser apasionante.
Vamos a por ellos, chicos/as, que son pocos y cobardes.
Vamos, mujer,
partamos a la ciudad,
todo será distinto,
no hay que dudar.
https://www.youtube.com/watch?v=IOSoUxl18l4 (Cantata de Santa María de Iquique. Quilapayún 1973)